*Entre Mundos (3ª parte)

Después de semanas y semanas sin socializar y salir de casa solo para ir a los campos decidí que ya era hora de buscarte, no se porqué pero estaba segura de que tenias las respuestas a todas mis preguntas. Todos los días pasaba por la calle donde siempre nos encontrábamos hasta que apareciste. Te veías… diferentes, muy diferente, demasiado. Llevabas un enorme abrigo negro que te llegaba a los pies y tenías dos moratones en la cara y otros dos en el cuello ¿qué te había pasado?
Te lo pregunté, pero ni siquiera me contestaste, mirabas el suelo cada dos por tres y eras incapaz de mirarme a la cara. Después de preguntarte una y otra vez que qué te había pasado me cansé. Estabas raro y nunca te habías comportado así conmigo. Silencio, no dijiste nada, no abriste la boca durante por lo menos 20 minutos.
-No nos veremos más –dijiste- me voy, no quiero verte nunca más.
Sin pensarlo siquiera arranqué el collar que llevaba colgado en mi cuello y lo arrojé a tus pies, me giré y caminé calle abajo. Me detuviste delante de la puerta de mi casa y pediste tiempo, pediste un momento para explicarte.
-Tienes dos minutos –fue todo lo que conseguí decir.
Te enrollaste entre frases que eran como cuchilladas en mi cerebro y en mi corazón. Empezaste con… “no quiero volver a verte”, seguido de “eres lo peor que me paso en la vida”, “ojala pudieses olvidarme”, terminando con un “no me busques”. Te escupí en la cara que no pensaba hacerlo y entré en casa.
Ethan, que estaba detrás de su escritorio como siempre, alzó la cabeza en cuanto me vio. Estuvimos hablando de todo, y aunque no le conté nada de tu existencia no pude guardármelo mas y le conté lo que pasó con el niño.
…………………………………………………
Pasaron dos días y cada vez me costaba más salir de casa. Pensaba en ti y en los buenos ratos, pero después todo lo malo que me dijiste me atormentaba y empezaba a llorar. Ethan me vigilaba más de cerca, se quedaba conmigo hasta que me acabase la comida y sé que siempre estaba detrás de la puerta esperando a que me durmiera. Hoy, después de llegar a casa y darme una ducha encontré un sobre sobre mi cama. Lo cogí y se me heló toda la sangre. Era tuyo.

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