Could you please leave my mind?
Me desperté con un golpe seco y me
senté en la cama sobresaltada. Estaba a oscuras y un poco desorientada, ¿dónde
estoy? Palpé la cama a mi lado y noté que estaba fría. Me bajé, me puse la
primera camiseta que encontré a tientas y salí al pequeño salón que de la
habitación de hotel. Lang estaba sentado delante de su ordenador, con los codos
apoyados en la mesa y las manos enterradas en su pelo.
–¿Estás bien? –pregunté mientras me
acercaba.
Alzó la cabeza y se giró para
mirarme.
–Perdona –dijo recostándose en la
silla y tapándose los ojos con el brazo–, no quería despertarte.
Me acerqué a la mesa donde
descansaba su ordenador e inmediatamente supe el por qué de su mirada perdida,
su tono apagado y el golpe que me había despertado.
–Cielo… –empecé.
–No –me cortó–, ya sé que lo hice
mal y no.. –su voz se apagó.
Le tomé del brazo y le obligué a
quitárselo de delante de los ojos para poder mirarlo. Adoraba su mirada, pero
no cuando estaba perdida, no cuando sus ojos no transmitían absolutamente nada.
–A veces creo que te pides
demasiado –le dije en un susurro.
Por un instante vi como su mirada
cambiaba y sus ojos se volvían fríos, gélidos, me miraban con odio, como si no
lo entendiese, aunque duró apenas unos segundos y rápidamente volvió esa mirada
perdida.
–Necesito exigirme mucho –dijo muy
serio–, un error podría ser el billete a casa y no quiero ser el que cometa ese
error, no quiero decepcionar al equipo, al entrenador y sobre todo a mi mismo…
Me arrodillé delante suyo y cogí su
mano entre las mías.
–Sé cuanto significa para ti haber
llegado hasta aquí –le dije–, sé cuanto significa ganar esto para ti y para los
demás –le sonreí levemente–, pero aún y así hay veces en las que creo que te
exiges demasiado, te fuerzas a hacerlo bien y tal vez, solo tal vez ése es el
problema –abrió la boca pero alcé una mano para callarlo–. Sé que perder no es
opción, y lo entiendo, de verdad, pero en entrenamientos como este –señalé al
ordenador–, no es tan malo perder, puedes permitirte perder tantas veces como
haga falta, solo asegúrate de que aprendes de tus errores y no vuelves a
cometerlos –Lang bajó su mirada hacia nuestras manos–. Siempre habrán errores
nuevos –le susurré–, pero tú eres el único que decide como enfrentarte a
ellos, si con enfado o sabiduría.
Me callé y bajé la mirada a
nuestras manos. Le acaricié los nudillos con mi pulgar y alcé la mirada para
sonreírle. Sus ojos se clavaron en los míos y pude ver cómo le brillaban.
–Tengo miedo –dijo finalmente
rompiendo el silencio–. Tengo miedo de no ser lo suficientemente bueno y que
todo se acabe por… -se le rompió la voz.
–¿Por tu culpa? –dije tomando su
rostro con una mano–. Sabes que nadie te culparía de tal cosa –dije–, sois un
equipo y tomáis decisiones como tal, así que si llegara a pasar no sería tu
culpa. Estáis juntos en esto, el hecho de que tú lo hagas bien no va a influir
en que todos los demás también lo hagan. Igual tú tienes un buen día y vas
sobrado pero uno de tus compañeros no –le sonreí levemente–. No puedes cargar tú
siempre con ese peso sobre tus hombros. Sois un equipo, juntos, deberíais ser
uno.
–¿De dónde has salido? –preguntó
mientras cerraba los ojos.
–De la cama que abandonaste –dije sonriendo
mientras me levantaba–. ¿Quieres que me quede contigo hasta que acabes con la
revisión..?
–No –dijo rápidamente mientras se
levantaba y cerraba el ordenador–. Ahora mismo quiero olvidar un poco por qué
estamos aquí y mantenerte lo más cerca posible de mí todo el tiempo que pueda
–dijo abrazándome.
Rodeé su cuello con mis brazos y
apoyé mi cabeza sobre su hombro. Lang no solía ser muy cariñoso pero cuando lo
era, solía aprovechar cada momento. Al cabo de unos minutos se separó de mí y
me miró extrañado.
–¿Es mi camiseta? –Preguntó.
Me eché un poco hacia atrás, me
miré hacia abajo y me di cuenta de que sí lo era, de hecho era la camiseta que
tendría que ponerse al día siguiente.
–Lo siento –dije encogiéndome–, he cogido
lo primero que pillé y…
Lang me besó con una sonrisa.
–Me encanta como te queda –dijo–,
como marca tu cuerpo –arrastró un dedo por mi costado enviando pequeños escalofríos
por todo mi cuerpo–, pero sobretodo –dijo rodeándome para ponerse a mi espalda–,
me encanta que lleves mi nombre sobre tu espalda –aparto mi cabello a un lado y
me besó el cuello–. Haré que te consigan una –sentenció con una sonrisa.
Dejé escapar un suspiro y apoyé mi
cabeza sobre su hombro mientras sentía sus brazos rodear mi cuerpo y sus dedos
acariciarme levemente por encima de la tela de la camiseta.
–Lang… -susurré mientras deslizaba
mis manos por sus brazos para entrelazar nuestras manos.
–¿Hmmm? –murmuró contra mi oreja.
–Cama –puntualicé con una sonrisa.
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